Una observación atenta a la obra pictórica de Amílcar Alejo (Cojedes, 1963), especialmente a la etapa que he denominado “Ámbitos de Fe”, parece invitarnos al silencio, a la interioridad, al misterio. Después de concluidas las ceremonias y retirados los feligreses de la colonial iglesia de su pueblo natal (El Baúl, Cojedes), el espacio interior del templo se revelaba para Amílcar en un ámbito de graves silencios, de penumbras y sombras proyectadas entre pesadas paredes y columnas. Solo rompía esa penumbra el titilar las tenues luces de pequeños cirios que testimoniaban la fe de los creyentes y donde se expandían los últimos brumosos y grisáceos olores del incienso. Tales elementos recreaban una atmósfera de luces y sombras, de misterio y rezos que quedaron grabadas en su alma y su mente de niño monaguillo. Ese fue el motivo inspirador de una de las etapas más conocidas de la pintura de Amílcar Alejo, caracterizada por ámbitos de intimidad religiosa, donde símbolos, arcadas y ventanales quedan sutilmente iluminados por la débil luz que emanan un conjunto de pequeñas e inquietas luces cuidadosamente dispuestas en repetición y alternancia en candelabros múltiples. El recuerdo de los pocos personajes observados -y ahora recordados- queda aludido entre rostros borrosos y brumas cromáticas. Tal vez allí reside la clave de que sus obras estén cargadas de experiencias y vivencias personales. Recordaba Picasso que “La calidad de un pintor depende de la cantidad de pasado que lleve consigo”. A lo cual agregamos, y que pueda trasmitir a través de sus obras. En las obras que conforman la serie “Ámbitos de Fe”, este pintor, educador y gerente cultural se vale de un colorido sereno, de unas líneas difusas y de unas formas sugeridas entre luces y sombras, como tres recursos pictóricos para destacar unas atmósfera de silencio intimista, de recogimiento interior, de diálogos en voz baja. No hay interés en representar contornos definidos, ni colores contrastantes ni texturas densas; tampoco en ofrecer imágenes veristas de lo recordado u observado en la religiosa intimidad del templo; más bien parece predominar el deseo pictórico de hacer visible lo invisible, de hacer evidente lo encubierto, de visibilizar con formas y colores lo íntimo e invisible de la fe. Las pinturas de Amílcar Alejo parecen corresponderse con aquel aforismo de Aristóteles: “la finalidad del arte es dar cuerpo a la esencia secreta de las cosas, no el copiar su apariencia.” Este empeño en atrapar la íntima revelación de la creencia se explana en armónicas veladuras de color, en espacialidades logradas mediante delicados planos superpuestos que remiten a ámbitos inciertos que parecieran conectar el “religare” entre el humano y terreno ser de carne y hueso que somos, con ese ser divino y extrahumano que nos trasciende en materialidad. Todo este planteamiento se ve reforzado plásticamente con la libre referencia a signos y símbolos religiosos, así como con imágenes siluetadas de objetos cultuales. Destacan peces, cruces, corderos, lámparas, vitrales, entre otras formas que dejan al observador la libertad para asociar simbolismos espirituales e iconografías religiosas. Ciertamente en estas pinturas de Amílcar Alejo “hay una circulación suave del viento del color aunada a una cosecha de símbolos, signos y siluetas que parecen un desprendimiento de la memoria “ (del pintor), como bien lo afirma Juan Chávez López. Desde allí es como las pinturas “alejianas” parecen estimular un diálogo íntimo entre artista, obra y espectador, entre creación y creencia; entre la materialidad de la pintura y la intangibilidad de la religión. La lectura plástica de esta serie de pinturas de Amílcar Alejo nos revela, en consecuencia, la constancia de un prolongado ejercicio con el manejo del color y la exploración de sus posibilidades expresivas y formalistas para definir formas, sugerir atmósferas, hilvanar simbolismos y adentrarse en los espacios íntimos de la fe. Planos armoniosamente coloridos, esfumaturas y chorreados, juego de tonalidades cálidas y frías en composiciones de clásica factura, se conjugan para representar una espacialidad que desatiende las convencionales pautas de la perspectiva, para adentrarse en distancias y espacios pictóricos cargados de motivos alusivos a la religiosidad donde afloran recuerdos, se reviven memorias, se desatan asociaciones y simbolismos de formas conocidas pero recreadas en nuevos ámbitos de fe. Estas pinturas de Amílcar Alejo, son pues, pinturas con vida propia, reveladoras de vivencias del artista que desvelan la esencia secreta que envuelve con luces y colores las formas y ambientes de la fe. Gabino Matos
Asociación Internacional de Críticos de Arte (AICA) Caracas, marzo 2015.
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Diciembre 2016
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