Presentación De alimentos, marcas y registros. Venezuela, I877-I929, es una exposición que nace luego de un extenso y apasionante labor de investigación sobre las primeras marcas de fábrica de lo que podemos llamar el nacimiento de la industria alimentaria en Venezuela. La investigación dio como producto un bello libro, editado por Fundación Polar, que lleva por título Inicios de modernidad. Marcas de fábrica y comercio en el sector alimentación en Venezuela, I877-I929. Sin embargo, luego de haber realizado la publicación, por muchas razones entre ellas, lo curioso y poco frecuente de un estudio de esta naturaleza, a la par de su significación histórica, se nos impuso la idea de llevar a cabo una muestra, que le entregara al público una parte sustantiva de sus contenidos, tanto desde el punto de vista informativo como desde el propiamente estético. Lo que encontrarán en esta exposición, estamos seguros, va a imprimir en la sensibilidad de cada uno de nosotros una sugerente visión de lo que fue también el inicio de la «publicidad» y de la iconografía publicitaria en nuestro país. Pero, además, en varios sentidos, entraremos en gustoso con- tacto con la memoria de la alacena familiar. LEONOR GIMÉNEZ DE MENDOZA PRESIDENTA FUNDACIÓN POLAR DE TECNOLOGÍA, TRABAJADORES, LIBRE COMPETENCIA Y NACIÓN La exposición «De alimentos, marcas y registros. Venezuela, 1877-1929» puede verse como un conjunto de huellas pretéritas sobre un camino hacia la modernidad que apenas se comenzaba a transitar por aquellos años en el país. El período que abarca la muestra se inserta en el primer intento sistemático de modernización del país realizado por Antonio Guzmán Blanco y culmina durante la dictadura de Juan Vicente Gómez. La publicidad de una de las marcas registradas a finales del período puede guiar un breve repaso por las realidades y aspiraciones de aquella época. Veámoslo. El 13de agosto de 1927aparece en una revista caraqueña el aviso de un empresario ofreciendo bombones y tabletas elaborados en una fábrica que cuenta con «todos los adelantos modernos y con un tren de maquinarias de las más perfectas que existen». Por si ello no bastara, para convencer a sus potenciales clientes, informa que la "elaboración de los productos está encomendada a dos competentes técnicos de Turín, Italia, que poseen larga práctica en la industria de la chocolatería». Días después, en otro anuncio, el gancho publicitario cambia de eje, más que ofrecer, solicita; quita el énfasis puesto en las virtudes ajenas y lo coloca en las propias. En el rótulo inscribe la siguiente sentencia: "Proteger la industria nacional es contribuir al engrandecimiento de la Patria». De seguidas afirma que la excelencia de su producto consiste en ser «genuinamente nacional», por tanto «debe consumirse en todo hogar». Vistos desde la actualidad, aquellos anuncios no expresan más que los esfuerzos de un fabricante por ganarse el favor del público. Sin embargo, una lectura detenida puede mostrarnos unos signos novedosos en el país, expresiones de un sueño del siglo XIX que apenas se vislumbra a finales de esa centuria y principios de la próxima; andamios para un escenario de estreno que sólo será posible cuando irrumpa a plenitud la riqueza petrolera. Allí están presentes algunos de los elementos que caracterizarán la inserción de Venezuela en el proceso de modernización que estaba viviendo Europa occidental y los Estados Unidos desde la segunda mitad del siglo XVIII y, sobre todo, a partir de la segunda revolución industrial a finales del XIX. TECNOLOGÍA Lo primero que salta a la vista, en la lectura propuesta, son esas máquinas modernas, posiblemente traídas de Europa, es decir, la tecnología importada. El esfuerzo modernizador llevado a cabo bajo el Guzmanato (187°-1888) representó el máximo y más sistemático intento de entrar en la modernidad, concebido, en principio, para una sociedad agro exportadora y de monocultivo. El más emblemático símbolo de la modernidad del transporte, el ferrocarril, tenía como fin transportar productos tradicionales (especialmente café) e importar productos manufacturados. Por supuesto que existieron iniciativas empresariales y medidas gubernamentales tendientes a fortalecerlas; la ley de marcas de fábrica de 1877 es expresión de ello. Sin embargo la sociedad venezolana no había generado factores que dinamizaran su economía, ni había entrado en franco proceso de industrialización. Habrá que esperar la década de 1920 y la explotación de hidrocarburos como factor impulsor de la economía, para que la imagen de progreso, representada entonces por los Estados Unidos, se instale en la mentalidad colectiva. El empresario de chocolates que ha importado unas máquinas para modernizar su fábrica es expresión de un proceso material y mental que apenas inicia. Observar que en 1936 Venezuela tiene 8.000 empresas, la mayoría de ellas dedicadas a productos de consumo corriente, y que en conjunto, el sector industrial ocupaba unos 5°.000 trabajadores; considerar esas cifras a la luz de los 9 millones de asalariados que tenía la industria estadounidense para 1920 y los 62 mil millones de dólares que generaban los artículos que producía, puede hacernos entender el desfase del país respecto al ritmo modernizador en una sociedad industrializada. MANO DE OBRA Un segundo elemento que se percibe en los anuncios citados es la mano de obra. Los operarios de las máquinas que vienen de Italia representan la mano de obra especializada, otra de las soluciones paradigmáticas que se proponían durante el siglo XIX y la primera mitad del xx a fin de resolver los problemas económicos del país: la inmigración europea. Ésta comienza a llegar masivamente en la década de 1950, pero en 1927 apenas era una ilusión para quienes pensaban en ella como una manera de fortalecer una población mayoritariamente rural (cerca del 80%), escasa, con bajo índice de crecimiento, azotada por epidemias y enfermedades crónicas, afectada por la desnutrición y con altos índices de analfabetismo. Para 1920 la población total del país apenas llegaba a 2.720.000 habitantes. Con este balance demográfico, emprender el sendero hacia el progreso implicará un gran esfuerzo. Desarrollo tecnológico y fortalecimiento de la población con inmigración son elementos básicos en el proceso de inserción de Venezuela en el sistema económico mundial; sin ellos cualquier proyecto modernizador del país no pasaría de ser una quimera. LIBRE COMPETENCIA Y NACIÓN El anuncio referido muestra otro elemento sintomático de ese proceso de integración de Venezuela al sistema económico mundial, se trata de la competencia con productos extranjeros y la ventaja de éstos. Podría afirmarse, tomando apenas un parámetro para marcar un hito, que en 1926 Venezuela deja de ser un país agroexportador para convertirse en uno petrolero. El impacto de la explotación de hidrocarburos en la economía venezolana significó, entre otras cosas, un aumento de la capacidad de compra en el mercado interno y el repunte del comercio de importación de bienes de consumo. De tal manera que a nuestro empresario, para ganarse al público, no le bastará con ofrecer tecnología de punta, operarios especializados y materia prima de la mejor calidad; debe apelar a un factor menos tangible, pero muy poderoso: el sentimiento nacional. Si bien su génesis no es novedosa, la nación, traducida como esa imagen de estar unidos aún sin conocerse, no era común entre la gente que habitaba un país cuyas regiones todavía permanecían aisladas por insuficiencia de infraestructura vial; donde viajar de Lara a Caracas podía durar 5 días; donde los compatriotas, que apenas se habían conocido durante el siglo anterior, lo hicieron porque una campaña militar los llevó de su región a la del otro. Ese elemento de nuestra modernidad en ciernes, ese sentimiento que une al empresario y su producto con el público consumidor, es nuevo. En aquel tiempo la vivencia de esa comunión todavía no ha generado una imagen colectiva que permita a todos los miembros de la sociedad sentirse hermanados como venezolanos. El panorama descrito, a partir de los elementos percibidos en los anuncios publicitarios de aquellos inicios de modernidad venezolana, no es positivo, la realidad es contundente. Sí hay, sin embargo, razones para el optimismo cuando pensamos que aquella sociedad rústica y mal nutrida, logró, en un lapso de 40 años de la segunda mitad del siglo xx, poner a vivir el 85% de su población en ciudades, satisfaciendo necesidades masivas que elevaron los índices de calidad de vida y experimentando directamente el progreso y el ascenso social. Sí hay razones para el optimismo cuando percibimos que esta sociedad asimiló, sin traumas, la incorporación masiva de la mujer al espacio público en términos de igualdad con el hombre. Sí hay razones para el optimismo cuando observamos que ese país de analfabetos se transformó, de tal manera, que en cierto momento los indicadores de educación fueron equiparables alas de un país desarrollado. Sí hay razones para el optimismo cuando percibimos que de aquel país fragmentado y desarraigado hemos pasado a uno donde hasta el habitante del sitio más remoto de nuestra geografía siente que pertenece a un país llamado Venezuela. FUNDACIÓN POLAR
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Evaluar las obras enviadas a un salón de arte no es tarea fácil, particularmente en una confrontación como la que aquí nos ocupa, en donde la mayor participación artística proviene del estado en que se encuentra la institución organizadora del evento y demás entidades vecinas, cuando se trata de una convocatoria regional o, inclusive, nacional. Entendemos que todos los artistas que respondieron a la convocatoria lo hicieron con la idea de ser seleccionados para que su trabajo fuera expuesto al público; pero, como es el procedimiento, sus propuestas deben pasar, previamente, ante un jurado calificado para ser examinadas, tomando en cuenta una serie de aspectos entre los que se pueden mencionar el cumplimiento cabal de los articulados contenidos en las bases del evento que invita, dominio de la técnica y los materiales, acertado manejo de la gramática visual, es decir, de los elementos de expresión artística ordenados en un todo unitario (composición), originalidad o tratamiento con sello muy personal al citar a un artista, tema, estilo o tendencia de las artes nacionales o internacionales; trayectoria y actualización. A todo esto hay que sumarle, inevitablemente por muy objetivo que se pretenda ser, un grado de subjetividad que va acompañado del gusto, la predilección y bagaje cultural de cada integrante del jurado de selección y calificación. Ahora bien, cuando asistimos en calidad de esta figura a salones del interior del país, debemos tomar en cuenta, también, la dificultad que tienen muchos de los artistas de provincia para desarrollar un buen trabajo. En primer lugar no cuentan con una excelente escuela de artes visuales, fundamental en su formación, orientación y estímulo para indagar y estar al día con lo que sucede en el campo de las artes en el ámbito nacional e internacional, y los que lo logran lo hacen por iniciativa propia, porque son muy preocupados, curiosos y creativos. Hay quienes nacen y quienes se hacen, sin embargo ambos requieren de una constante actualización de formación e información. Con esto no quiero justificar a aquellos cuyo trabajo es débil por lo antes expuesto, pero pienso que como jurado de un salón del interior debemos contextualizarnos, considerar la realidad artística del lugar, juzgar los productos artísticos sin imponer un modelo, nacional o internacional; lo cual, confieso, no es fácil. Este año el XIV Salón de Artes Visuales Carmelo Fernández, segunda edición de convocatoria nacional, y con nueva sede, recibió un total de 146 obras, de la cuales el Jurado de Selección y Calificación, conformado por Juan Carlos López, José Gregorio Noroño y Gladys Yunes, escogió un total de 42 trabajos, considerando hacer un salón donde estuviesen representadas, en la medida de lo posible, todas las disciplinas y técnicas artísticas. En éste están presentes la pintura (acrílico, óleo, acuarela, óxidos, entre otros pigmentos), dibujo, collage, gráfica, fotografía, ensamblaje y video arte. La pintura y la figuración son los protagonistas de este evento. Si bien en este Salón participan artistas de varios estados del país, en cuanto al envío y selección predomina la región de Lara y Yaracuy. Ahora, con nueva sede y un salón de convocatoria nacional, esperamos que este evento se mantenga en el tiempo, cada vez con una mayor participación de artistas de todo el país, ya que así este espacio puede contribuir a estimular a los artistas yaracuyanos y demás estados circunvecinos, a confrontar y renovar sus trabajos. A continuación me permito comentar cada una de las obras participantes, haciendo énfasis en sus características plástico-formales más que conceptuales. José Gregorio Noroño
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Museo Carmelo FernándezEl Museo “Carmelo Fernández”, es una institución museística de carácter multidisciplinario, orientada a la investigación, recolección, fomento y difusión de las artes plásticas regionales, dentro del contexto de ARTE VENEZOLANO. Exposiciones MCF
Noviembre 2005
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