Fotografías de Cruz Antonio Durán Juárez El fuego es el principio creador por excelencia, el símbolo de la energía vital, de la purificación, de la espiritualidad, del entusiasmo y del ardor. Como el sol con sus rayos, el fuego con sus llamas simboliza la acción fecundante, purificadora e iluminadora. Pero presenta también un aspecto negativo: oscurece y sofoca por su humo, quema, devora, destruye: el fuego de las pasiones, del castigo, de la guerra. Según la interpretación de Paul Diel, el fuego terreno simboliza el intelecto, es decir la conciencia, con toda su ambivalencia: la llama que sube hacia el cielo representa el impulso hacia la espiritualización. El intelecto en su forma evolutiva es servidor del espíritu. Pero la llama es también vacilante, lo cual explica que el fuego se preste igualmente a representar el intelecto en cuanto al espíritu. Recordemos que el espíritu se entiende aquí en el sentido de supraconsciente. Alrededor del fuego se rinde honores a María Lionza, miles espectadores de todas partes del país, así como de otras latitudes, fijan sus miradas en el arder de las llamas; todos extasiados por la inexplicable magia que se apodera del lugar. En María Lionza lo mágico y lo religioso se encuentran. El Baile de la Candela, unos de los ritos mas celebrados en la mañana de Sorte, se realiza cada 12 se Octubre, y consiste en un recorrido que los marialionceros realizan por brasas, asegurando que con la fuerza que les dan los espíritus que toman su cuerpo, el fuego no les hace quemadura. Con esto buscan purificación y la fuerza. A las 12 de la medianoche, empieza el rito. Reunidos los malionceros, encienden una hoguera y piden permiso a Dios, a la reina María Lionza y a las entidades espirituales para realizar el ritual de la candela al tiempo que le piden protección y energía positiva. El sincretismo con la religión católica se evidencia cuando rezan el Padre Nuestro, el Ave María, el Credo y otras oraciones. Luego empiezan los tambores que piden fuerza a los espíritus, mientras que los creyentes cantan, fuman tabaco y esperan que el fuego de la hoguera se levante y súbitamente baje, como señal de permiso concedido para el baile, que sucede casi al amanecer. En este ritual se presencian elementos propios del resultado del mestizaje entre indígenas, europeos y africanos. En las imágenes que nos muestra el fotógrafo Cruz Durán, nos describe que al internarse por primera vez en la montaña y estar en presencia del acto ritual, vivencia tres situaciones, que lo abruman: la primera es el miedo interno por desconocimiento de lo que sucederá; lo segundo es por la curiosidad por conocer sobre lo que ha de suceder y lo tercero, respeto por todo lo que ha acontecido, por la fe desbordada en la creencia en el mito. Es una fiesta religiosa, mágico misteriosa en la que el fotógrafo plantea mostrarnos sensaciones somáticas y texturas diversas, enfocando el encuadre, en el instante en que los pies, en el instante en que los pies de los participantes pisan y pasan através del fuego vivo. Aquí podemos notar el sentir de esa llama incandescente que agrupa, que reta, que aviva el espíritu cargado de rítmicas cadencias y sus vaporosas formas; que incitan a la carne a someterse a los designios del fervor sincrético, que se manifiesta en ese fuego que dibuja y silueta los cuerpos en grácil movimiento nocturnal. También podemos imaginar las percusiones de los tambores y los cánticos de mil voces que resuenan pidiendo fuerza en la nocturnidad del bosque, que son los hilos conductores a los vasos comunicante entre los seres humanos y los entes espirituales. Aquí el fuego, la candela, se vuelve luz que demarca cuerpos semidesnudos, que delinea siluetas develando sensaciones y emociones, atrapadas en imágenes fotográficas de un gran contraste cromático que lo tiñen casi todo de naranja, casi todo de negro, de noche. Los cuerpos aspiran, con cada pisada, recibir las bendiciones de las deidades omnipresentes y omnipotentes. Las fotografías de Durán son todo oraciones, ritos, cenizas, humo, mucho humo de tabaco, y piel. Piel en trance que se une a la tierra para ser despojado de todo mal y de toda impureza; y así, poder ser bendecido por las aguas y efluvios etílicos y las velaciones milagrosas. Así se quemará. Las cuales quemarán el pasado individual de cada “feligrés” o sanarán algunos males que estos llevan por dentro. Las cenizas, suspendidas en el aire, se llevaran consigo porciones de lo humano; para volver a la tierra y mezclar con la arena, restos de esa carnalidad impura para que sirva de abono a la nueva vida. Vida que surgirá dentro del espíritu del bosque, y que mantendrá por siempre ese ritual ancestral de ritmos y oraciones que amalgaman esta tradición yaracuyana de trascendencia universal. Alexander O. Brandt A. / Septiembre 2010
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Museo Carmelo FernándezEl Museo “Carmelo Fernández”, es una institución museística de carácter multidisciplinario, orientada a la investigación, recolección, fomento y difusión de las artes plásticas regionales, dentro del contexto de ARTE VENEZOLANO. Exposiciones MCF
Diciembre 2010
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