La identidad en una región es importante gracias a la continua reconstrucción de los procesos históricos y de los conocimientos de los grupos socioculturales que han interactuado en un mismo espacio geográfico. Los registros periódicos y las actualizaciones constantes de estos procesos históricos especialmente en la plástica yaracuyana, han permitido a los investigadores, críticos de arte, estudiantes y público en general conocer, identificar y valorar en el tiempo las características de nuestros artistas plásticos y de sus obras. En esta oportunidad los creadores y creadoras han atendido nuevamente al llamado de participación en este III Salón Regional de Artes Visuales “Día del Yaracuy”; la selección se hizo con la intención de reconocer y ejemplarizar por medio del dominio técnico y por la variedad de las propuestas mostradas, el poder creativo entre los artistas de trayectoria y los que están deviniendo impetuosos por hacerse un nombre en el espacio de la creación artística. Las obras galardonadas en este III Salón Regional de Artes Visuales “Día del Yaracuy”, representan diversos temas de nuestra región, simbolizado en el cromatismo de nuestra bandera, en la intensidad lumínica de nuestro clima tropical, en el gentilicio de los personajes locales, en el paisajismo sintetizado y llevado casi y solo a la idea, a la cadencia de las líneas, a la epifanía icónica de la cristiandad universal. En esta oportunidad el jurado decidió galardonar con las menciones de honor a: “Fábrica de papelón” de Gilberto Segura, “Secuestro a las indias Yaracuy” de Rafael Montilla y “Bordando historias” de Elia Sánchez. El tercer premio para un artista joven fue para la obra “Homenaje: hundido en la soledad” de José Suárez donde plasma la urbanidad y sus personajes como registro y trabajo populares de campo manifestado en los trazos lineales del dibujo y manchas de color. El segundo premio recayó en la obra: “Renacer” del artista joven Sthiven Aponte, donde reflexiona sobre el empoderamiento del renacer a través del arte que representa al YO que también es el universo. Por último el primer lugar fue para la obra “La dueña del valle vista desde Yaritagua”, de Iván Castillo del artistas yaritagueño en esta pieza explora el territorio vivo como cuerpo para la creación artística, Los planos se elevan al cielo cargados de religiosidad y contraste. Por ultimo esperamos que este evento se mantenga en el tiempo con mayor participación de los artistas yaracuyanos para que sean ellos los que se empoderen del salón, y contribuyan a la confrontación estética sana para renovar sus trabajos en el tiempo. Juan Carlos Martínez
Coordinador Museo Carmelo Fernández
0 Comentarios
Wladimir Puche dibuja formas de esencias. Como artista, se torna en un observador de la naturaleza y de ciertas acciones del hombre, como la danza o los procesos de gestación, del origen de la vida, de lo primogénito, de lo orgánico. No se trata de hacer copias fidedignas que representen la flor, la mujer en gestación, la danza, la libélula, el insecto, sino que su arte constituye el hacer visual del recuerdo, de lo que se recuerda luego de vivir la experiencia, mediante el recurso plástico del dibujo que Puche maneja con soltura, a cabalidad, como si las líneas mismas volaran, danzaran, se suspendieran logrando el maravilloso equilibrio del chupalaflor y fijando siempre formas arquetipales, antropomorfas, viscerales. Todo ello se da como un proceso que se inicia con la acumulación de intensiones reprimidas; una vez tomados los elementos pictóricos y dibujistico, Puche va dejándolos salir, dentro de una especio de azar controlado. Puede que estas formas recuerden momentos, vivencias, objetos, situaciones; sin embargo, no es la representación realista, ni siquiera surrealista de las formas, sino que su creación se encamina y se introduce en la idea del objeto, en la síntesis del momento o de las vivencias, en la esencia de la situación. Por esta vía, Wladimir aporta poesía visual, espontaneidad a través de lo gestual, donde cada dibujo, cada obra, se convierte en inicio y fin de aventuras, de concebir hechos vitales que se apoderan de espacios, para remontarse a lo lírico, desde lo cotidiano y particular hasta la universidad de la creación. Desde lo eminentemente plástico, Puche se plantea diferenciaciones, por ejemplo, entre volúmenes y líneas internas y externas a partir del color y de la tinta china, para aportar unidad, mayores logros en cuanto a las formas y los espacios que además se convierten en equilibrios compensatorios y en tensiones elásticas: la obra se expande hacia todos los lados, pero sobre todo en forma vertical, invadiendo espacios hasta el infinito, ayudados por el “dreapping”, por ciertas manchas o chorreados que también dinamizan el contexto del espacio plástico. El dibujo siempre se mostrará audaz, alejado de lo académico o formal para a la vez conformar una totalidad orgánica. Para Wladimir Puche el hecho de dibujares cuestión vital, de vida, lo que le permite descargar energías, canalizar un espíritu siempre crítico y contestatario, pero además un tanto anárquico que (¡paradoja!) no se refleja en sus dibujos, a pesar de la ironía y de lo violento que pueden ser las líneas, los trazos y la creación de volúmenes. Los dibujos se convierten en símbolos o ideas donde reina lo figurativo y la abstracción, lo gestual como representación de todos los tiempos o de ningún tiempo. Ello da origen a una mirada íntima, de conversación con el dibujo, de hablar susurrado con cada una de las piezas que, por supuesto nos sorprende al aportarnos la movilidad, el dinamismo, la captura del momento fugaz que llega a eternizarse, como proceso iniciativo vivido por el artista. Porque intuimos que Puche posee además un gran acercamiento a la grafía o al mundo oriental, como determinación de nirvana, de clímax, de otredades encontradas mediante la síntesis de estos dibujos esculturales de lo orgánico, del Zen, del hinduismo; solo que el leit motiv de su creación se encuentra en nuestro trópico, en nuestra naturaleza, no con un determinismo a ultranza, sino como una manera de hacer arte, de hacer rituales cuyos resultados son elementos y situaciones que sugieren, que esencial y lejanamente identifican realidades del más sencillo asombro. Todo ello da como resultado una situación especial, sin encasillamiento de ningún tipo, donde la idea de pájaro, de vuelo, de arquetipos, de figuras antropomorfas pudiesen importar poco por cuanto se trata más bien de soportar gregariamente un proceso de creación, donde hay dolor y alegría de vida, génesis de lo que siempre nace, de lo que siempre vive, de una presencia atávica en gritos y silencios de un artista que, al final, no posee ninguna determinación en torno al azar controlado, sino más bien es la fuerza de su creación, de las esencias y de querer decir o manifestar su presencia en este mundo, lo que realmente se impone. Wladimir Puche ahora está en el Museo de Barquisimeto, con su hiperkinesia para el dibujo como maneras de permanecer en aquiesencias y de irse para dialogar con otros mundos inverosímiles. Willy Aranguren
Texto escrito para la exposición “Wladimir Puche. Des(c)iertos Pájaros”, en la Galería de Arte Contemporáneo del Museo de Barquisimeto, Junio de 1999. El Museo “Carmelo Fernández” se complace en ofrecer al público yaracuyano una muestra de la creadora Yolanda Estanga, importante artista venezolana, nacida en Taría Municipio Veroes el 18 de Mayo de 1954. Estanga desde niña tuvo inclinaciones hacia el arte por lo que sus padres la envían a estudiar en la Escuela de Artes plásticas y Aplicadas “Carmelo Fernández”, donde egresa en el año 1978. La artista Yolanda Estanga se inclinó por el realismo en las artes plásticas al mismo tiempo que investigaba y trabaja la artesanía popular, es a partir del año 1980 cuando crea los trabajos en cepa de plátano o cambur, artesanía que hoy por hoy representa a su pueblo a nivel nacional e internacional. La continua indagación por aprehender los fenómenos de la naturaleza, fue una de las características más representativas del hombre indígena, por ello, cuando nos referimos a la actividad desarrollada por ese hombre, inmediatamente se nos viene a la memoria las producciones artesanales de nuestras comunidades indígenas precolombinas (alfarería, cestería, entre otras). En el planteamiento de la artista Estanga podemos ver la artesanía desde lo escultórico dialogando con lo pictórico y el dibujo como una integralidad formal en el ámbito de la creación, se hace palpable la interconexión de la idea con la búsqueda de la perfección formal, que indudablemente plantea una forma de expresión de la belleza. Esta creadora de tradicionalidad popular explora con amor la imagen de su pueblo, amasa el barro y dobla las hojas de plátanos y cambur para crear objetos estéticos; además vincula la gastronomía venezolana desde lo escultórico para engalanar lo artístico. La idea de elaborar este tipo de piezas, resalta el modo de vida y la diversidad cultural en la que ella esta inmersa desde joven resaltando las costumbres de su pueblo desde las artes visuales. Nancy Estanga.
Una observación atenta a la obra pictórica de Amílcar Alejo (Cojedes, 1963), especialmente a la etapa que he denominado “Ámbitos de Fe”, parece invitarnos al silencio, a la interioridad, al misterio. Después de concluidas las ceremonias y retirados los feligreses de la colonial iglesia de su pueblo natal (El Baúl, Cojedes), el espacio interior del templo se revelaba para Amílcar en un ámbito de graves silencios, de penumbras y sombras proyectadas entre pesadas paredes y columnas. Solo rompía esa penumbra el titilar las tenues luces de pequeños cirios que testimoniaban la fe de los creyentes y donde se expandían los últimos brumosos y grisáceos olores del incienso. Tales elementos recreaban una atmósfera de luces y sombras, de misterio y rezos que quedaron grabadas en su alma y su mente de niño monaguillo. Ese fue el motivo inspirador de una de las etapas más conocidas de la pintura de Amílcar Alejo, caracterizada por ámbitos de intimidad religiosa, donde símbolos, arcadas y ventanales quedan sutilmente iluminados por la débil luz que emanan un conjunto de pequeñas e inquietas luces cuidadosamente dispuestas en repetición y alternancia en candelabros múltiples. El recuerdo de los pocos personajes observados -y ahora recordados- queda aludido entre rostros borrosos y brumas cromáticas. Tal vez allí reside la clave de que sus obras estén cargadas de experiencias y vivencias personales. Recordaba Picasso que “La calidad de un pintor depende de la cantidad de pasado que lleve consigo”. A lo cual agregamos, y que pueda trasmitir a través de sus obras. En las obras que conforman la serie “Ámbitos de Fe”, este pintor, educador y gerente cultural se vale de un colorido sereno, de unas líneas difusas y de unas formas sugeridas entre luces y sombras, como tres recursos pictóricos para destacar unas atmósfera de silencio intimista, de recogimiento interior, de diálogos en voz baja. No hay interés en representar contornos definidos, ni colores contrastantes ni texturas densas; tampoco en ofrecer imágenes veristas de lo recordado u observado en la religiosa intimidad del templo; más bien parece predominar el deseo pictórico de hacer visible lo invisible, de hacer evidente lo encubierto, de visibilizar con formas y colores lo íntimo e invisible de la fe. Las pinturas de Amílcar Alejo parecen corresponderse con aquel aforismo de Aristóteles: “la finalidad del arte es dar cuerpo a la esencia secreta de las cosas, no el copiar su apariencia.” Este empeño en atrapar la íntima revelación de la creencia se explana en armónicas veladuras de color, en espacialidades logradas mediante delicados planos superpuestos que remiten a ámbitos inciertos que parecieran conectar el “religare” entre el humano y terreno ser de carne y hueso que somos, con ese ser divino y extrahumano que nos trasciende en materialidad. Todo este planteamiento se ve reforzado plásticamente con la libre referencia a signos y símbolos religiosos, así como con imágenes siluetadas de objetos cultuales. Destacan peces, cruces, corderos, lámparas, vitrales, entre otras formas que dejan al observador la libertad para asociar simbolismos espirituales e iconografías religiosas. Ciertamente en estas pinturas de Amílcar Alejo “hay una circulación suave del viento del color aunada a una cosecha de símbolos, signos y siluetas que parecen un desprendimiento de la memoria “ (del pintor), como bien lo afirma Juan Chávez López. Desde allí es como las pinturas “alejianas” parecen estimular un diálogo íntimo entre artista, obra y espectador, entre creación y creencia; entre la materialidad de la pintura y la intangibilidad de la religión. La lectura plástica de esta serie de pinturas de Amílcar Alejo nos revela, en consecuencia, la constancia de un prolongado ejercicio con el manejo del color y la exploración de sus posibilidades expresivas y formalistas para definir formas, sugerir atmósferas, hilvanar simbolismos y adentrarse en los espacios íntimos de la fe. Planos armoniosamente coloridos, esfumaturas y chorreados, juego de tonalidades cálidas y frías en composiciones de clásica factura, se conjugan para representar una espacialidad que desatiende las convencionales pautas de la perspectiva, para adentrarse en distancias y espacios pictóricos cargados de motivos alusivos a la religiosidad donde afloran recuerdos, se reviven memorias, se desatan asociaciones y simbolismos de formas conocidas pero recreadas en nuevos ámbitos de fe. Estas pinturas de Amílcar Alejo, son pues, pinturas con vida propia, reveladoras de vivencias del artista que desvelan la esencia secreta que envuelve con luces y colores las formas y ambientes de la fe. Gabino Matos
Asociación Internacional de Críticos de Arte (AICA) Caracas, marzo 2015. |
Museo Carmelo FernándezEl Museo “Carmelo Fernández”, es una institución museística de carácter multidisciplinario, orientada a la investigación, recolección, fomento y difusión de las artes plásticas regionales, dentro del contexto de ARTE VENEZOLANO. Archivos
Diciembre 2016
Categorías |